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–¿Qué dijo? ¿My mom to the left? –
Estoy en lo oscuro, sentada sobre butacas de terciopelo, escuchando junto a otras seiscientas personas, la orquesta sinfónica de Houston en la puesta de “El Mesías”, de Handel.
Le hago esta pregunta a mi marido, sacándolo de su concentración, seguramente está tratando de captar esta experiencia musical tan diferente a los recitales en vivo que hemos transitado juntos, tanto en Rosario o Buenos Aires cuando éramos novios, como en Houston estos treinta años de vida aquí.
–Sí, creo que sí – me sigue la corriente. Lo hace para que me calle rápido y no hagamos ruido molestando a los de alrededor. Quedó sensible por lo que acaba de pasar.
Unos minutos antes, ya entrada la primera parte de la obra sonó el ring de un teléfono celular.
Se escuchó tres veces, tres veces en donde estoy segura unos cuantos pensaron que por favor lo apague de una vez. El ruido estaba pisando la voz del tenor. Una voz profunda y pausada, de señora mayor, respondía,
–Hello (pausa). Yes (pausa). No. (pausa). I’m in the symphony now. Bye.
Al concluir ese momento que nos sacó a todos de onda, decido volver a apoyar la cabeza en el hombro de mi marido. Luego, al salir del concierto, él me explicó que es normal dormitar, que está permitido, que la música relaja.
A la vuelta de la ida al baño durante el entretiempo, ya sabíamos que después venía el plato fuerte. El director, lo había anunciado al principio del concierto. Al ver un público lleno de familias con chicos, padres y abuelos, tomó la oportunidad para educarnos, sobre las tres partes del concierto:
–La primera parte del concierto es como un trabajo de investigación bíblica de Handel, citando los antecedentes que anuncian la venida del Mesías. La segunda es la que cuenta la pasión de Jesucristo. Los pasos hacia su muerte y resurrección hasta llegar al tan conocido Aleluya. La tercera son unos ensayos filosóficos.
Antes de venir al concierto busqué en Youtube alguna explicación corta sobre la obra que íbamos a ver. Reconocí y supe tararear inmediatamente la parte del Aleluya, tratando de imitar las entradas escalonadas del coro. Me encanta que parezcan interrumpirse, pero siguen cantando. Me hace acordar a la mesa de los domingos en mi casa en Rosario.
Todos empiezan una frase, se interrumpen, e igual siguen, escuchándose en polifónico, a ver quien habla, a ver quien logra la atención de ser escuchado. Desde chica, estuve acostumbrada a una multitud, a hacer fuerza, a poner garras en donde todo es un escenario.
Ahora el coro parece decir,
–Plesi calcomi, go get’em. Plesi calcomi, go get’em.
Mi cerebro se encarga de inventar palabras, aunque no las entienda, como cuando era niña y cantaba junto a Karen Carpenter, aprendiéndome sus canciones de memoria, sin entender nada.
–Menos mal que Handel la escribió en inglés – digo –No se entiende un pito.
Sueño, discuto, enseño, en inglés, cuando me toca, por lo que me defino bilingüe. ¿qué tipo de inglés usaba este Handel, un alemán viviendo en Londres, escribiendo esta música de iglesia pero que en realidad es una ópera? De los cuatro cantantes, hay uno sólo que realmente actúa, mueve los brazos y gesticula.
En toda mi vida, vi sólo tres óperas de la mano de cada uno de mis tres hijos, como madre acompañante en las excursiones de las escuelas. Siempre me parecieron un precio inaccesible, pero ahora que pienso se comparan con cualquier recital de pop o de rock. Allí entendí que en vivo las óperas son otra cosa.
Al escuchar esas voces no “amicrofonadas” parece que los cantantes dejaran los “guts” –como dicen en inglés, las entrañas. La fuerza que exhalan son fuegos artificiales. No se puede explicar de otra forma.
–Pero ¿quién canta? – le pregunto a mi marido– ¿Un hombre o una mujer? –
La voz sale de un tipo con frac. ¿Sería una transgénero?, pienso por un segundo y luego me digo que eso no importaba y no viene al caso. Es una voz de mujer casi igual a la mía, alto. Así me habían dicho mi clasificación en el coro de la iglesia. Lo busco en el programa y debajo de su nombre dice “counter tenor”. Sin embargo, justamente en El Mesías, y listado como uno de sus logros destacados, canta con la voz de “alto”. Lo sabía, sonaba en mi rango.
Me pregunto, ¿cómo será andar por la vida cantando como un hombre, porque así te ves, y cuando empezás a tomarte el canto en serio, un maestro te pide que explores más agudo y vos no querés, porque te da miedo de que si sí lo podés hacer, tus compañeros hombres se van a reír, o que si descubrís que cantás como mujer a lo mejor sos mujer? Pero después te das cuenta de que es la voz más hermosa que podrías poseer, esa, la de mujer, y te admiran, te admiran y te dan contratos para que la saques afuera sin vergüenza. ¿Quién sabe cómo es la voz de uno hasta que uno se pone a explorarla?
Y entonces llega esa parte tan conocida. Entran tres por el costado del escenario y se colocan atrás entre el coro y el resto de la orquesta, listos con las trompetas. Todos se paran. El coro, los cantantes y el público. Habíamos visto en el documental que no se sabe bien la historia de por qué se sigue esta tradición. Dicen que fue cuando el rey George II de Inglaterra, al escuchar el Aleluya, se paró y todos lo imitaron.
Yo digo, que no se puede escuchar esa parte sentado. Es como ver un gol, pero no cualquier gol, uno de esos que uno espera.
Entonces lloré, lloré con sollozos. Ya todos se habían sentado. Empezaba la tercera parte, la de los “ensayos filosóficos” y yo seguía con mis hipos de llanto.
Mi esposo me toma de la mano y acaricia la mejilla mientras busco un pañuelo en la cartera para disimular tener tos. Me da vergüenza por las dos señoras de al lado. Nos habíamos presentado porque a ellas también les habían regalado los boletos. Nos los había dado el hermano de una amiga de una compañera del trabajo de mi esposo.
Hace unos años a esta parte, miro el celular de mi marido sin reparo. Como una demostración de confianza, él deja siempre la misma clave que me sé de memoria. Cuando hace unos días preguntaron en un chat de sus compañeros, si alguien quería boletos para El Mesías, yo respondí que sí, sin saber muy bien a lo que iba.
–Yes, I want them.
Al terminar el espectáculo y prenderse las luces, saludamos a las señoras de al lado. Nos decimos que qué suerte que nos tocaron buenas butacas. Yo no pienso lo mismo y con gusto me hubiera adelantado para sentarme en las que estaban más cerca y vacías. Entre ellas, las escucho comentar que tampoco entendían la letra y me siento aliviada.
Al salir de la sala, del mismo lado que había sonado el celular, se escucha claramente una voz de mujer diciendo.
–Get out of my face– que quiere decir algo así como “dejáme en paz”.
–Esta obra te despierta muchos sentimientos intensos, supongo– le digo a mi marido. No sé qué pasó cuando lloré. Decía el documental que Handel escribió la partitura en veinticuatro días, que estaba al final de su carrera, que después usaron la obra muchas veces para beneficencia de los presos encarcelados por deudas. Reconciliado con la vida, Handel también habrá llorado.
Dr. Leslie M Gauna
Assistant Professor, Bilingual Education/ESL; Multicultural Education
Counseling, Special Education & Diversity
College of Education | University of Houston-Clear Lake
832-231-5647