
Por supuesto que formo parte de los millones de venezolanos que piensan que la actual crisis política, económica y social clama a gritos por una solución producto de un diálogo gobierno-oposición. Iniciativa que, dada la trascendencia de los objetivos que se propone, no solo debería contar con la más calificada investidura de las partes, sino con una cuidada y minuciosa agenda de todos los puntos a tratar.
Y aquí es donde se revela que, en lo que se refiere al gobierno, hay reticencia a establecer qué es lo debe y cómo se debe discutir, lo cual es equivalente a emprender un viaje a luna sin vehículo, tripulación, plan ni bitácora de vuelo.
Actitud que no extraña en los líderes de una administración que conoce que, si hay algo que discutir en la actual crisis venezolana, es el modelo socialista que, a trancas y barrancas, se nos ha querido imponer en los últimos 15 años y sin cuya rectificación, o descarte, es imposible que se le busque un final posible al desastre nacional.
Sí, porque podrían abordarse muchos temas, principios, teorías… Podría, incluso, lograrse que no haya más represión ni manifestantes en la calles, pero mientras persista el desabastecimiento, la escasez, la inflación y la libreta de racionamiento a la cubana pero con chips, no pasarán días o semanas en que el país se convierta de nuevo en un polvorín.
Meta a la que también podría llegarse si el diálogo se toma como una caimanera, o partida de dominó, donde se reúne un grupo de amigos o adversarios a pasarla bien, echarse palos, y hablar de cualquier cosa, menos de las que interesan a la solución de los grandes problemas nacionales.
Por eso creo, que diálogo sin agenda ¡NUNCA!…Eso sería como tirarse de un avión sin paracaídas.
Periodista / Foto: Archivo