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Por Johani Carolina Ponce / Huella Zero
Houston está catalogada como una las principales áreas industrializadas del país, la denominan “la capital de la energía” y también figura como una de las 10 ciudades más contaminadas por ozono de EE.UU., según un informe publicado por la American Lung Association (en español Asociación Americana del Pulmón), pero varios estudios señalan que en un vecindario de esa ciudad llamado Manchester la calidad del aire que respiran sus habitantes es aún peor.
La comunidad de Manchester se estableció en 1820, fue un puesto comercial y un molino, como consecuencia de un desvío del ferrocarril que comunicaba a Texas y Nueva Orleans dentro de los límites de la ciudad de Houston. Fue fundada por esclavos liberados tras la guerra civil en 1866. Después de las II Guerra Mundial la industria química y de plástico se levantó en Manchester. En los 70s, la zona se volvió primordialmente industrial y en la década de 1980, el área se convirtió en una zona principalmente poblada por la comunidad latina. El estado de Texas determinó que desde el año 2000, el área tenía los promedios anuales más altos de 1,3-butadieno de Texas. El butadieno es un alqueno que se produce en la destilación del petróleo. Una investigación de la Agencia para Sustancias Tóxicas y el registro de enfermedades de EE.UU. arrojó que los trabajadores expuestos al 1,3-butadieno tienen más riesgos de desarrollar cáncer en la sangre y el sistema linfático.
En Manchester se erigen plantas químicas, refinerías, instalaciones de tratamiento de aguas residuales, instalaciones de trituración de automóviles y áreas de desechos peligrosos que circundan las viviendas de aproximadamente 2,000 residentes, 98% de ellos son hispanos. El vecindario está rodeado por dos transitadas carreteras, el Canal de Navegación o Ship Channel y la refinería Valero.
La justicia ambiental parte del principio de que todos los ciudadanos y comunidades, independientemente de su condición socioeconómica o raza, tienen derecho a un medio ambiente limpio y saludable y al igual cumplimiento de las leyes y reglamentos ambientales, pero es evidente que en Manchester esta premisa no se cumple, por el contrario es un claro ejemplo de racismo ambiental. “Uno crece en un barrio pensando que así son todos los barrios, ¿verdad? Y luego empiezan a ir a las escuelas o al colegio y aprenden que [esos] barrios están bonitos… Las comunidades de color viven así por discriminación… Uno tiene que hacer esa conexión que no nomás es porque son pobres sino porque son gente de color que los servicios que otras comunidades tienen… no las tienen ustedes… Es racismo ambiental”, dice Juan Parras, activista por la justicia ambiental y director de Texas Environmental Justice Advocacy Services, T.E.J.A.S.
“Y nos preguntan por qué vivimos aquí. Bueno, ¿a dónde quieren que nos vayamos? ¿A dónde nos alcanza para mudarnos?” dice Ana Parras, también fundadora de T.E.J.A.S. Ana y Juan Parras describen la situación de la comunidad de Manchester como una crisis de salud pública cuya solución es el traslado de los habitantes. Juan Parras explicó que un representante de un grupo nacional contactó recientemente a T.E.J.A.S. “Tuvo la amabilidad de visitar nuestra oficina para ver si queríamos hacer más pruebas y monitoreo del aire. Dijimos que apreciamos su interés, pero no queremos más investigaciones. Queremos dinero para abordar la reubicación”.
Un artículo publicado reciente en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. colocó el impacto de la contaminación en las comunidades de color en un marco completo de equidad racial. En promedio, el estudio encontró que las personas blancas no hispanas experimentan una “ventaja de contaminación” de un 17 % menos de exposición a la contaminación del aire que la causada por los bienes y servicios que consumen. En contraste, los afroamericanos y los hispanos soportan una “carga de contaminación” de 56% y 63% de exceso de exposición, respectivamente, en relación con la contaminación causada por su consumo.