Foto: Archivo
Hasta los pasajes de autobús se están pagando con billetes de un dólar en un país en el que la moneda nacional sufre habituales devaluaciones. Un fenómeno que se impone sin que el régimen chavista pueda hacer mucho, indica el reportaje del medio El Tiempo
Se ha vuelto común que en el autobús que cubre la ruta que va desde Caricuao, una parroquia de clase media-baja ubicada al oeste de Caracas, hasta la céntrica plaza Venezuela, a unos 20 kilómetros de distancia, los usuarios paguen el pasaje con billetes de un dólar estadounidense, y reciban unos bolívares de vuelto.
Melissa Rodríguez, una estudiante de 22 años, habitante de este sector, lo ha visto en más de una ocasión. Ella, sin embargo, no es de las que pagan así: “No soy una persona que maneje dólares, no tengo billeteras electrónicas, ni nada de eso”, dice a este diario al tiempo que manifiesta sentirse excluida de un fenómeno que cada día gana más terrenos en su entorno: el de la dolarización transaccional.
“En la medida en que se ha mantenido la hiperinflación es lógico esperar que esos porcentajes que se midieron hacia mediados del año pasado se hayan incrementado, y que tengamos, por supuesto, más dolarización que la que tuvimos en 2019, y es posible esperar más dolarización en el futuro”, dice a EL TIEMPO el economista consultor venezolano Alejandro Grisanti, exdirector de Ecoanalítica.
El último estudio de esta firma revelaba que, para octubre de 2019, 53,8 por ciento de las transacciones de todo el país eran hechas con una moneda distinta al bolívar. Aunque Ecoanalítica no ha actualizado esos porcentajes, en entrevista a finales de noviembre, su director, Asdrúbal Oliveros, vaticinó a este diario que ese promedio de transacciones en otras monedas podía ascender, durante 2020, a 70 por ciento.
El tema es nacional, no solo en Caracas. De hecho, en el interior se da con mayor profundidad. Según un estudio de Datanálisis presentado en noviembre pasado, 86 por ciento de las transacciones ya se hacían en dólares en una ciudad como Maracaibo, mientras que en Caracas el promedio era de 45,8.
Con una inflación que, según datos de la Asamblea Nacional, cerró en 2019 en más de 7.000 por ciento, es posible que ya haya pasado esa barrera.
Comerciantes caraqueños de ropa, productos importados y de aseo personal, entrevistados por EL TIEMPO durante las últimas semanas, en tres municipios de Caracas, coincidieron en que por lo menos ocho de cada diez ventas las hacían en dólares.
En otro tipo de establecimientos hay variaciones. En un restaurante en el municipio caraqueño de El Hatillo, por ejemplo, tres de cada diez consumos son los que se hacen en otras divisas. Mientras que, en un centro de copiado en el municipio Libertador, son solo los trabajos “grandes”, de 20 dólares en adelante, los que se pagan en otras monedas, mientras que los pequeños, como copias simples, se siguen pagando en bolívares.
En cualquier caso, la dolarización se ha ido normalizando en Venezuela. En la universidad privada a la que asiste la joven Rodríguez, a diario ve a algunas personas que ni siquiera se manejan con bolívares. “Dólares es la única forma de pago que tienen y eso es normal. Ahora más bien llama la atención la gente que paga en bolívares”, cuenta.
Y no es algo de clases sociales. Son muchos los servicios que se están cotizando en dólares: una empleada doméstica puede cobrar 6 dólares por un día de trabajo; un cerrajero, 5 dólares por arreglar una puerta; y un taxista, 4 dólares por una carrera.
“Antes la gente se ofendía cuando le dabas el precio en dólares. Ahora es normal. No te ponen caras y lo entienden”, relata Elena González, desde su tienda de ropa para niños y adolescentes, ubicada en el sureste de Caracas.
Golosinas por Zelle
En esas crecientes operaciones que se están haciendo en divisas hay un método de pago que está cogiendo fuerza. Aunque no lo ha medido, González nota que cada vez recibe menos dólares en efectivo y más en transferencias a través de Zelle, la red de pagos digitales con sede en Estados Unidos.
Al ser interrogados por este diario, otros comerciantes coinciden con ella en que ha habido un incremento. Carolina Acosta, dueña de un ‘minimarket’ de productos importados, ubicado en el límite entre los municipios Baruta y Libertador, en Caracas, asegura que recibe por esa vía 30 por ciento de los pagos que le hacen en la moneda estadounidense; mientras que en el restaurante que visitó EL TIEMPO en El Hatillo, asciende a la mitad de los consumos en dólares.
“En países que tienen alta inseguridad, como Venezuela, a los agentes económicos no les gusta cargar efectivo y siempre van a preferir hacerlo vía electrónica”, señala Grisanti. La palabra Zelle se ha posicionado, así, al lado de símbolos de dólar o euros en improvisados avisos con opciones de pago, que se vislumbran en todo tipo de establecimientos.
“La gente le está agarrando confianza al Zelle. Antes tenían más miedo de hacerte una transferencia por un monto pequeño”, revela uno de los dueños del establecimiento de El Hatillo, quien prefirió mantenerse en el anonimato.
Efectivamente, en el kiosco de la universidad a la que asiste la joven Rodríguez, hay quienes pagan una golosina por esta vía.
Sin embargo, al recibir estos pagos los comerciantes corren un riesgo. En el país más corrupto del continente americano y el quinto más corrupto del mundo, según reveló recientemente Transparencia Internacional, hay probabilidad de recibir dinero de alguien que pueda haber estado o esté en el futuro sometido a investigaciones.
Más de 140 venezolanos y 80 empresas han sido sancionados por distintos gobiernos, especialmente por el de EE. UU.
“El sistema financiero en el mundo ha ido cerrando cuentas de muchos venezolanos por toda esta nube muy turbia después de 15 años de control de cambios, de legitimación de capitales. Para los departamentos de cumplimiento en el mundo es muy difícil determinar cuáles son venezolanos honestos, honrados, y cuáles fueron cercanos al Gobierno, estén enchufados (empresarios con amistades influyentes que se lucran de hacer negocios con el gobierno chavista) o no”, acota Grisanti, quien sugiere minimizar el uso de estas transferencias electrónicas.