Fotografía de la entrada de la sede de la organización OnPoint NYC, en Nueva York (EE.UU.). EFE/Ángel Colmenares
(EFE).- La amplia sala de espera del primer y único espacio de EE.UU. para el consumo controlado de drogas parece un animado salón de un centro social. Decenas de personas miran la televisión o conversan relajadamente antes o después de haber consumido drogas bajo la atenta supervisión de los trabajadores de una de la sedes de OnPoint NYC, que reivindica que ha logrado revertir 898 sobredosis.
OnPoint NYC inauguró en noviembre de 2021 los dos primeros centros de consumo de droga supervisado de Estados Unidos, uno en Harlem y otro en Washington Heights, ambos en el norte del distrito de Manhattan, y sus gestores no ocultan su deseo de que su modelo se replique en otras partes del país.
Desde su lanzamiento se han registrado 3.500 personas que han usado las instalaciones en más de 75.000 ocasiones y se han efectuado casi 900 intervenciones durante una sobredosis, en las que solo en 15 ocasiones se ha necesitado llamar a una ambulancia, asegura un gestor del centro, cuyo director, Sam Rivera, acaba de ser reconocido por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del año.
“Traducido a costos de servicios de emergencias del sistema hospitalario estas sobredosis hubieran supuesto un gasto de entre 30 y 35 millones de dólares”, reivindica a Efe la directora de Programas, Kailin See.
UN REFUGIO DONDE NI TE ROBAN NI TE GOLPEAN
En la sala del centro de Harlem destinada a consumir las drogas están dispuestas a ambos lados una decena de cabinas abiertas e individuales que cuentan con un gran espejo y la posibilidad de colocar un biombo si se quiere optar por una mayor privacidad.
Max, de 44 años, tiene sobre su mesa preparada la jeringuilla y demás utensilios necesarios para preparar la heroína que ha traído consigo. El centro provee todo tipo de artilugios limpios a los usuarios, que después los desechan, pero nunca productos ilegales.
“Empecé a venir hace un año porque es un lugar seguro cuando estás puesto, en lugar de ir al parque o al metro o a la calle”, dice Max a EFE, mientras en su mano juega con un pequeño sobre.
Asegura que se metió en la heroína con 21 años, salió a los 25 y recayó a los 40. Ahora acude al centro OnPoint NYC tres veces al día: sin el temor de que le roben, le peguen, esté lloviendo o se caiga al suelo cuando esté “puesto”.
“Antes de entrar en la sala, les preguntamos quiénes son, dónde están, qué están haciendo y la modalidad de droga que usan. Además, nos gusta averiguar cosas como si han sufrido una sobredosis en el pasado o si tienen algún trauma”, explica a Efe Yusef Colley, que supervisa que los drogadictos no sufran ningún percance.
Colley, que se describe a sí mismo como la “primera línea de defensa contra la sobredosis” explica que, en un día normal, hasta unas 300 personas acuden a esta sala y a una adyacente destinada a aquellos que consumen la droga fumando.
A su disposición tienen todo tipo de jeringuillas, quemadores, tubos para esnifar o pipas para fumar las sustancias que traigan consigo.
Tanto el centro de Harlem como el de Washington Heights están en proceso de ampliación con el objetivo de que puedan ofrecer sus servicios las 24 horas.
OTROS SERVICIOS PARA LOS ADICTOS
Además de la prevención de sobredosis, OnPointNYC ofrece otro tipo de recursos, como explica a Efe See, que asegura que el 87 % de los participantes registrados en el programa “han contactado con otros servicios de vivienda, ayuda médica o salud mental”.
Asimismo, ambos centros, que tras su ampliación contarán con en torno a 200 empleados, también cuentan entre los miembros de su platilla a antiguos usuarios.
“Algunos de los retos giran en torno a la desmitificación y desestigmatización que existe sobre la reducción de daños entre las comunidades, las fuerzas del orden, las familias y las empresas, especialmente en los barrios en los que operan nuestros programas”, dice See en su despacho.
En este sentido, subraya que, frente a las acusaciones de quienes se oponen a este tipo de instalaciones, no existe ninguna prueba “que indique que (contribuyen al) aumento de la delincuencia o de la reincidencia, que erosionan la seguridad pública o que propician el consumo o el tráfico de drogas”.
UNA EXCEPCIÓN LEGAL
Una de las razones por las que no hay más centros como este en el resto del país es por el carácter ilegal de las sustancias que consumen sus usuarios.
See reconoce que la apertura del centro neoyorquino respondió a un momento político muy particular en Nueva York definido por las personalidades del entonces alcalde, Bill de Blasio, y el gobernador Andrew Cuomo.
“Pero alguien tenía que ser el primero (en abrir). Esta fue la primera ficha de dominó para sacar a Estados Unidos de la edad oscura de la reducción de daños (por consumo de drogas). Nosotros lo hicimos y el cielo no se cayó, los agentes federales no vinieron aquí ni nos llevaron a todos a la cárcel. Los resultados de ambos sitios han sido absolutamente extraordinarios”, dice.
Ahora desea que otro estado se una a su proyecto, porque, como asegura, Nueva York tienes esa doble cara que, por un lado, todo lo que se hace aquí se convierte en un escaparate a nivel nacional, pero, por otro lado, desde otros estados se ve Nueva York con cierto recelo y lo que se hace en la ciudad “como cosas de los neoyorquinos”.