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(EFE).- Pese a que el fin de la pandemia parece aún lejos, la cumbre del G7 que se celebra en Cornualles, en el sureste de Inglaterra, a partir de este viernes marca un momento de enorme simbolismo al reunir a líderes mundiales por primera vez en persona desde el estallido de la covid.
Se trata del reencuentro de los líderes de las siete economías más desarrolladas tras dos años, y el paisaje poco tiene que ver con el que se encontraron en Biarritz (Francia) en 2019.
Una pandemia ha provocado millones de víctimas en todo el mundo y todavía sigue haciéndolo, la economía ha sufrido un golpe desconocido desde la II Guerra Mundial, y el presidente de la mayor superpotencia, Estados Unidos, ya no es Donald Trump.
El mundo ha acelerado su mutación, que ya era frenética antes de la covid, y el G7 pretende aportar respuestas ante un escenario internacional en el que este foro de democracias ricas (son el 10 % de la población del planeta, pero el 45 % de la riqueza total) va perdiendo relevancia.
Por eso, las soluciones que los líderes del Reino Unido, Alemania, Italia, Francia, Estados Unidos, Canadá y Japón (además de la Unión Europea) buscarán a grandes problemas como la vacunación o el cambio climático son, además de todo, una pugna por conservar su capacidad de influencia.
Sobre la mesa aparecerán los dos antagonistas que, para los socios de este club, suponen la mayor amenaza a las democracias liberales y el viejo orden internacional: China y Rusia.