
Los estadounidenses nos enorgullecemos de nuestro país, que suele ser emblema internacional de la multicultura, su poderío militar, vanguardia tecnológica, etcétera.
No obstante, este mismo país ocupa los primeros lugares en aspectos nada honrosos, como por ejemplo en los niveles de crímenes ejecutados por civiles armados.
Según un informe del Estudio de Armas Pequeñas, Estados Unidos es el país desarrollado en el que más ciudadanos son asesinados por conciudadanos armados: una tasa de mortalidad de 31 millones de personas, es decir, 27 cada día.
Solo en 2011, según las estadísticas del FBI, más de 11 mil estadounidenses fueron asesinados con armas de fuego en Estados Unidos (y esta cifra no incluye suicidios).
Quienes defienden el derecho a portar armas se aferran a la Segunda Enmienda constitucional, pero es muy poco probable que la intención de los llamados padres fundadores de la patria fuera permitir que ciudadanos estadounidenses perturbados adquieran arsenales y asesinen a tantos ciudadanos estadounidenses como sea posible.
Tomemos como ejemplo solo dos masacres puntuales: caso Las Vegas (2017) y en la discoteca Pulse de Orlando (2016). ¿Pudieran los civiles con armas convencionales haber enfrentado a ambos tiroteadores?
Con cada nuevo tiroteo surge un examen de conciencia en el público y los políticos sobre el impacto de la tenencia de armas de fuego, incluso, los miembros de la Asociación Nacional del Rifle (que son solo unos miles, en comparación con los 323 millones de ciudadanos estadounidenses) pudieran beneficiarse con una regulación equilibrada del porte de armas.
EV HOUSTON
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