
El populismo puede ser perfectamente aplicable tanto en las corrientes izquierdistas como en las conservadoras clases derechistas, para ambos grupos el populismo es una opción viable para llegar al poder.
Lo peor es que el líder populista separa a las masas entre “buenos” (quienes lo apoyan) y “malos” (quienes lo adversan). Frecuentemente los opositores al Gobierno terminan siendo perseguidos por la nueva cúpula de poder que, a su vez, se enquistan blindándose de leyes arbitrarias, ganando favores de jueces, fiscales, políticos, empresarios y militares corruptos, haciendo más difícil una salida rápida, pacífica y democrática.
Christopher Lingle, respetado economista de la Universidad de Georgia, explicó: “Las políticas populistas que promueven las divisiones entre los ricos y los pobres siembran la semilla de la inestabilidad social y la destrucción económica. (…) Cuando los funcionarios sugieren que la pobreza puede reducirse o que se hará justicia social sacándole (dinero) al rico o aprobando leyes que aumentan los salarios, le da a los pobres la sensación de que su condición puede y debería ser eliminada por ley”.
¿Le suena familiar esta situación? Seguramente está pensando en Venezuela, donde el actual Gobierno llegó al poder con un discurso netamente populista y hoy se ven las consecuencias: un país dividido, una economía fracasada y casi 2 millones de venezolanos huyendo de la crisis hacia otras latitudes.
Y ahora que miles de venezolanos se han establecido en Estados Unidos, vemos el asecho del populismo rondando la Casa Blanca. Un discurso basado en la división, enfrentamiento, descalificaciones, vacíos jurídicos y económicos, amenazas y justificaciones de sus propios errores deben encender nuestras alarmas.
La decisión que tomaremos en estas elecciones presidenciales marcará el rumbo de la historia de nuestro país y el mundo.
EV HOUSTON
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