
Marcello Marini es uno de los articulistas de opinión de EV Houston Newspaper.
Ha pasado volando el tiempo y me ha tomado desprevenido el mayor de los días, siempre preocupado con las cosas del trabajo y las tareas personales de mantener un hogar, aquí en esta patria que ahora es la nuestra: Estados Unidos de Norteamérica.
Todo vuela raudamente a nuestro alrededor. Como un viento fuerte que golpea a nuestro rostro y sacude los árboles sin piedad. Se nos van los días con el mismo ritmo, levantarnos a la mañana, nos aseamos cuerpo y rostro, nos miramos al espejo con un delicado suspiro de dulzura para ver nuestras arrugas alrededor de los ojos por si se han ido o no, respiramos con resignación y a la carga: el café de la mañana humeante y perfumado, y en algunos días para nosotros el mate argentino, un galleta y prepararnos para un nuevo día.
Dije “nuevo día” porque para uno que ya lleva la carga de los años sobre los hombros siempre debe haber un nuevo día con nuevas intenciones con la idea de hacer algo que nos mantenga el interés en la vida misma.
Ya bastante tenemos de ordinario con ver en la TV los acontecimientos del país y del mundo: guerras, muertes, terremotos, inundaciones, nevadas, trágicos accidentes, en fin, nada del otro mundo, porque vivimos en un mundo complicado e interesado y que se está destruyendo poco a poco sin que nos demos cuenta, a pesar de que vivimos atentos a los sucesos con que se alimenta esta sociedad moderna del siglo XXI que no ha perdido ni la violencia ni el estupor frente a losacontecimientos mundiales.
Sin embargo entre sorbo de café y miradas de atención a la pantalla de la TV, recibimos como alimento para nuestro espíritu antes de salir de casa esos largos y cansadores avisos de las multinacionales compañías productoras de medicina que nos están recordando tal o cual enfermedad y lo peor de todo es la larga letanía de los efectos secundarios.
¡Dios mio! Por un lado nos dicen que podemos vivir ingiriendo esos remedios que aquejan a nuestro cuerpo y, por el otro, las consecuencias del peligro de los efectos secundarios que pueden ocurrir y, para colmo detrás de todos estos avisos comerciales, el reclamo y advertencia final, los avisos de los abogados que nos alertan de los problemas graves de salud que producen tal o cual remedio.
Quisiera volver al pasado, a mi niñez, cuando no se hablaba de diabetes ni colesterol, ni alta presión o cáncer. Hoy estamos invadidos por la publicidad de la que les comenté anteriormente. Vivimos asustados. En esta vida no hay balance, debemos vivir con mucha precaución de no envenenarnos con tantas malas noticias. Algunos días, cuando salimos de casa y mientras voy conduciendo el automóvil hacia nuestro trabajo voy meditando sobre cómo me gustaría regresar a mi infancia.
Aún más como me gustaría volver a las entrañas de mi madre, una mujer joven y valiente a quien no conocí, y que murió de una terrible enfermedad de aquellos tiempos: tuberculosis, pero que no quiso bajo ningún concepto abortar esa criatura que llevaba en sus entrañas y prefirió morir para que yo viviera. ¡Qué no daría yo por tenerla hoy a mi lado! Bueno no sé, porque a mis 77 años sería un milagro, pero me conformo con saber que ella, mi valiente madre, me sigue queriendo en donde ella se encuentre. Y yo también nunca la he olvidado, más en estos tiempos de ancianidad en la que nosotros necesitamos de tanto cariño.
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Marcello Marini / [email protected] / Foto: Cortesía