La exdiputada chavista Iroshima Bravo había desaparecido de la palestra política... pero "de la noche a la mañana" montó un spa en Miami.
Una cosa es vivir debajo del puente, y otra es traer el puente a la casa. Este decir del argot popular significa internar en nuestras moradas a las personas que habitan esos inhóspitos lugares o incorporar sus adversas condiciones de vida a nuestro cotidiano.
Metáfora pertinente para describir una realidad muy incómoda que cada día aqueja más a los venezolanos en la Florida, quienes en muchos casos salieron del suelo natal porque el peligro, la inseguridad, la escasez y el caos social, fomentados por los alféreces del chavismo, transformaron al puente en techo de toda una nación.
Reitero: una cosa es emigrar a Miami para no vivir debajo de aquel sombrío puente, y otra es traer el puente a Miami. Lo vemos emerger, desnivelado y agrietado, a medida que más chavistas arrepentidos y boliburgueses, atraídos por el bienestar, se asientan –o vacacionan– en el “imperio” por su ideología tan vilipendiado, en vista de que en la arruinada Venezuela bolivariana no pueden siquiera subsistir en paz.
Pero el don de la ubicuidad de la internet y, por consiguiente, del teléfono inteligente y las redes sociales, se ha tornado en una suerte de policía moral de la cual nadie puede escapar. Y las denuncias de usuarios vigilantes, centinelas de la conciencia colectiva, están rindiendo frutos.
Sucedió al divulgarse la existencia de un spa vinculado a una exdiputada chavista en Doral, municipio donde proliferan los testimonios sobre la presencia de venezolanos que han amasado grandes fortunas en virtud de sus conexiones con la alta cúpula de un gobierno corrupto, responsable del desfalco del Tesoro nacional.
El escándalo suscitó furia absoluta en esta comunidad, donde residen tantas víctimas del puño de hierro de Chávez/Maduro, e incluso salpicó a personalidades locales fotografiadas junto con la flamante dirigente socialista, cuya verdadera identidad desconocían.
No tardaron en aflorar las protestas. Personas enlutadas por ver morir en sus brazos la patria que llevaron en el corazón a la diáspora, se presentaron frente al centro de tratamientos estéticos con cables y enchufes gigantes, en alegoría a los enchufados, la indigna tribu que ayuda a los boliburgueses a agrandar sus capitales en Estados Unidos. El negocio –y la asistencia de la crema y nata de Doral a un encuentro publicitario– encarnaba un insulto flagrante hacia las raíces venezolanas de Miami; una descarada osadía. No resistió la presión y, finalmente, apagó sus luces.
Otro caso que ha servido de comidilla para las redes sociales, e ilustra el cambio de cáscara del exilio venezolano tradicional, fue la presentación artística en Miami de una modelo y pinchadiscos de curvas voluptuosas asociada sentimentalmente, según informes de prensa, con cabecillas de bandas criminales en las cárceles y vinculada al chavismo. Ante los reproches a esta gira y el cuestionamiento del origen de las divisas del viaje, surgieron amenazas a la integridad física de los críticos, un triste patrón de conducta en la Venezuela de hoy.
Porque los abanderados del chavismo y los boliburgueses –y desafortunadamente muchos otros nuevos inmigrantes que usan el método del descrédito y el ataque soez– no se destacan por buenos modales y la búsqueda del bien común. La vulgar ostentación de las riquezas, la manifestación excesiva del lujo y la exaltación de la apariencia no caen bien.
Funcionarios del gobierno de Maduro han convocado a sus camaradas revolucionarios a prender fuego a las visas norteamericanas, “mancha a la dignidad de los hijos de Bolívar”. Por eso es una aberración constatar que oficiales chavistas y sus allegados viajen a Estados Unidos e inviertan fortunas mal poseídas en la adquisición de propiedades inmobiliarias y en darse la gran vida a costa de la tragedia del país.
Es natural que activistas cuestionen la concesión de visas a estos elementos. Pero lo más doloroso es acogerlos en una ciudad de inmigrantes, exiliados y refugiados, de personas que otrora aguantaron prisión, hostigamiento, violencia, confiscaciones y violación a su dignidad. En otras palabras, son vecinos indeseados. Un puente que no queremos traer a casa.
Abraham Puche – EV Houston Newspaper – Cortesía El Nuevo Herald (Miami) / Foto: Cortesía