
Y las proyecciones permiten hacer pronósticos muy positivos en la recuperación del control del Senado. El control de la Cámara es más difícil, pero la tragedia por la que atraviesa el partido republicano jugará a favor de Hillary, sobre todo si el senador Sander se incorpora entusiasta, como lo harán en su momento el presidente Obama, la primera dama Michelle Obama, la senadora Elizabeth Warren y el vicepresidente Joe Biden, pilares del movimiento progresista que tanto moviliza a los jóvenes “milennials”, audiencia clave para hacer la diferencia electoral en todos los órdenes.
Sin ninguna propuesta frente a su mandato popular, se emplazaron en una posición obstruccionista. Un ejemplo emblemático de ello es la oposición sin propuestas a la ley de reforma del sistema de salud, conocida como Obamacare. No supieron dar lectura a las aspiraciones populares con esa postura reaccionaria.
Obamacare es una reforma imperfecta, con críticos desde la izquierda y la derecha del espectro ideológico, pero permitió ampliar la cobertura con base en el sistema asegurador, alcanzando a más de 17 millones de personas que no tenían acceso a la salud. Las encuestas indican que más del 60% de los americanos apoya una legislación que intervenga en la solución del acceso a la salud. Y es mayor el número de personas para quienes la salud es un derecho que debe ser garantizado, (pero al comienzo de la reforma solo el 40% la apoyaba, no obstante el 60% en desacuerdo se dividía entre quienes pensaban que había que reformarla y quienes se oponían a todo tipo de reforma sanitaria, que representaba solo un tercio de los americanos).
Hoy el 47% apoya la reforma de Obama y 30% la rechaza abiertamente, es decir, no es en el obstruccionismo o la oposición radical donde se puede ganar apoyo, sino en el terreno de las propuestas. Eso no lo ha entendido el liderazgo que domina la escena en el campo republicano. Por un buen tiempo insistieron en que el plan económico de Obama era socialista y que llevaría al país a un desastre fiscal.
Entre sus resultados, el gobierno de Obama redujo el desempleo del 12% al 4,5% a través del crecimiento del empleo en el sector privado y la reducción del tamaño del sector público, y el déficit fiscal se redujo del 8% al 2,6% del PIB.
En el aquelarre de señalamientos, Donald Trump apareció abanderando el planteamiento según el cual Obama no era ciudadano americano; y desde esas huestes también se levantaba el llamado Tea Party, que caracterizaba a Obama como un caballo de Troya del Islam, jugando con su nombre Barack Hussein Obama, así como la nacionalidad y religión de su padre, a quien prácticamente el presidente no conoció, pues se crió con su madre y abuelos en Hawai, donde nació.
En materia de seguridad nacional, Obama puso fin al conflicto en Irak y su gobierno atrapó a Osama Bin Laden (en un operativo que se cobró la vida del líder terrorista más buscado por Estados Unidos y el mundo), echando por tierra el argumento de su incapacidad para enfrentar al enemigo del terrorismo. E hizo todo eso evitando siempre la radicalización que identifica erróneamente en el mundo musulmán al enemigo.
En su afán por acabar con Obama, los republicanos cultivaron el radicalismo antipartidista del Tea Party, y luego enfilaron a su vez contra Hillary Clinton (a quien anticipaban la candidata demócrata desde entoces) con una sediciosa campaña de descrédito con el asunto de los emails y los sucesos de Bengazi.
Desde ese extremo se crearon las condiciones para el fenómeno que hoy los agobia: Donald Trump y Ted Cruz. Hace meses, el senador Lyndsay Grahman, de Carolina del Norte, quien integra el liderazgo más sensato del partido, expresaba que la decisión entre Trump o Cruz era como escoger la muerte por una bala o envenenado. Esta semana se filtró la grabación de una conversación del último líder de la mayoría republicana, John Boehner, en la que dijo, ante el dilema Trump, que Cruz era \”carnal de Lucifer\”. Menuda tragedia.
Pero hay un agravante. Una encuesta publicada esta semana por la Universidad de Sufolk indica que 40% de los republicanos declara que no votaría por Trump de quedar electo candidato; y un 20% de los electores republicanos votaría por Hillary Clinton.
Esto abre el juego en algunos estados con el perfil de Wisconsin o Carolina del Norte, que normalmente se inclinan por candidatos presidenciales republicanos, a favor de Hillary Clinton, escenario en el cual la victoria demócrata podría venir acompañada, como ocurrió con Obama en el 2008, de mayoría en ambas cámaras del Congreso.
Leonardo Martínez Nucette / Foto: Referencial