Bombín, puro y bastón. Hoy en día, la imagen del inmortal Winston Churchill está ligada de forma inexorable a estos tres elementos. No es de extrañar, pues todos ellos le acompañaron durante su vida como político al frente de Gran Bretaña. No obstante, el «premier» británico también cuenta en su hoja de servicios con decenas de hábitos con los que convivió durante una buena parte de su vida y que no se han hecho tan famosos. Entre ellos se encuentran su obsesión por tomarse un whisky nada más levantarse o su aprecio a, en plena Segunda Guerra Mundial, trabajar desde la cama. Con todo, también vivió episodios esporádicos de lo más curiosos, algunos relacionados incluso con los ovnis y los cuales, supuestamente, ordenó clasificar.
Muchas otras partes de la vida del que es considerado como uno de los mayores estadistas británicos han caído en el olvido. Sin embargo, no hay mejor jornada para recordar dichos episodios que este 24 de enero, día en el que –hace exactamente medio siglo– Winston Churchill dejó finalmente este mundo. Así lo han considerado también en Gran Bretaña, donde el gobierno celebrará hoy todo tipo de actos públicos en honor de su líder más destacado durante la contienda contra el nazismo. Un hombre que logró, únicamente con su oratoria, insuflar valor a un país que –día tras día y noche tras noche- tenía que soportar los bombardeos dirigidos desde el otro lado del Canal de la Mancha por Adolf Hitler.
Descendiente de la mujer que inventó el «Manhattan»
Winston Leonard Spencer Churchill vino al mundo el 30 de noviembre de 1874 en el gigantesco palacio de Blenheim (Inglaterra). Y no, no se hallaba allí por casualidad, sino porque era hijo de un Lord británico no carente de títulos y riquezas. Sin embargo, no fue su título el que le granjeó la fama desde su infancia, pues todo se debió a un curioso invento de su madre.
«Su madre, Jennie Jerome, de ascendencia india, inventó el cóctel Manhattan mezclando whisky y vermut dulce. En 1874 se casó con Lord Randolph Churchill. Dejó Nueva York y se trasladó a Inglaterra. En ese país daría a luz inesperadamente a un hijo en un baile. Este hijo fue Winston Churchill», explica el escritor Pepe Muleiro en su obra «Chistes y curiosidades para toda la familia». No es de extrañar que el pequeño naciera casi predestinado a un amor incondicional por la bebida.
Con el paso de los años, y desde que tuvo edad para andar, tanto sus padres como los criados comenzaron a sufrir más de un dolor de cabeza por culpa del pequeño Winston, un niño rebelde, inquieto y alocado. «Se las veían y se las deseaban para controlarle. Se contrataron los servicios de una institutriz más severa, Miss Hutchinon, quien intentó familiarizarle con las letras y los libros. […] A veces se escapaba de las clases y se escondía entre los árboles del jardín. Era terco hasta la violencia. Los criados le temían. Empezaba a mostrar todos los rasgos de un niño malcriado», señala el historiadorJosé-Vidal Pelaz López en su libro «Breve historia de Winston Churchill».
Tras crecer fue internado en varias escuelas, donde –y en contra de lo que puede parecer en la actualidad- demostró ser un auténtico zoquete en todo aquello que no le interesaba. Por entonces, y según sus profesores, el problema no radicaba en que fuera poco inteligente, sino en que no sentía ningún interés por plantar los codos en la mesa y estudiar. Esto provocó que, en un intento de encauzarle, su padre le enviara a una academia militar. Fue allí donde, curiosamente, Churchill se enderezó y encontró su vocación.
En 1895, finalmente, logró hacerse un hueco en el 4º Regimiento de Húsares de Aldershort (jinetes ligeros armados con armas de fuego y sable) donde no tardó en destacar entre sus compañeros por su gran capacidad de monta y por su delgadez.
Cómo se convirtió en héroe
Pero a la par que se hacía un nombre gracias a sus habilidades, también lo conseguía debido a su bocaza (un rasgo que le acompañaría durante una buena parte de su vida). Así pues, una tarde -cuando no sumaba más de una veintena de años a sus espaldas- se ganó más de una mirada de enfado al decir sin más a un superior: «El ejército británico no ha disparado un solo tiro a un soldado blanco desde la guerra de Crimea, es decir, desde hace 40 años, y yo necesito una guerra».
Por aquellos años se aburría tanto que decidió hacer el petate y marcharse a combatir a Cuba, donde España libraba una guerra a sangre, cañón y fuego por imponer su soberanía. En plena contienda se «empotró» como reportero en el ejército hispano, aunque no se vio exento de sacar el sable y la pistola en varias ocasiones. Antes de marcharse, un amigo trató de disuadirle de la idea alegando que estaba en peligro su vida, pero él se limitó a responder: «Es un riesgo, qué duda cabe, pero ¿qué es la vida sin riesgo?».
En 1896 se dirigió también al noroeste de la India, donde su país combatía una rebelión local. Allí se convirtió en un héroe británico al lograr –entre otras cosas- defender junto con un puñado de hombres una posición a sable contra cientos de enemigos. Según afirmó después, su carácter altivo le hacía disfrutar paseando tranquilamente a lomos de su caballo entre los soldados que combatían. «Eso era una estupidez, posiblemente, pero yo siempre apuesto fuerte y, cuando el público merece la pena, no hay acto demasiado audaz ni demasiado noble».
Grandes citan en la SGM
Pero no fue su participación en estas luchas decimonónicas las que hicieron famoso a Churchill (ni tampoco sus trabajos como –entre otros- pintor, novelista, albañil o aviador) sino que hubo que esperar hasta la segunda mitad del Siglo XX para observar cómo se ganaba un hueco en la Historia. Su encumbramiento tuvo lugar cuando se hizo con el título de Primer Ministro de Gran Bretaña poco después de que Adolf Hitler y sus huestes tomaran por la fuerza Polonia.
Por entonces, y a pesar de que su país vivía asolado por los bombardeos alemanes, al «premier» no le faltaba humor ni solemnidad, algo que solía demostrar a sus más allegados. En una ocasión, cuando la región combatía sola contra el gigante nazi (pues no habían entrado todavía en guerra la U.R.S.S. de Stalin ni los EE.UU.) el orondo lord se sentó frente a sus ministros y dijo: «Señores, estamos solos. Por mi parte, encuentro la situación extremadamente estimulante».
Años después mostró un ingenio similar tras el ataque japonés sobre la base norteamericana de Pearl Harbor. Aquel 7 de diciembre de 1941Churchill sabía que Estados Unidos se uniría por fin a la guerra contra el Führer, lo que llevaría por fin a su posible derrota. Por ello, no dudó en afirmar alegremente lo siguiente: «Así que, después de todo, hemos ganado».
Sin duda, mediante esta desafortunada (pero acertada) frase hizo valer dos de sus citas más famosas: «Soy optimista, ya que no me parece útil ser otra cosa» y «La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la primera te pueden matar una vez, en la segunda muchas».
Obsesionado con el alcohol
Con todo, una de las facetas más acusadas del que fuera Premio Nobel de literatura en 1953 era su obsesión por el alcohol. Se desconoce si la Segunda Guerra Mundial avivó sus ganas de beber o no, pero lo cierto es que fue precisamente en esta época cuando se dio a conocer uno de los malos hábitos que tenía en relación al alcohol. «Solía beber un vaso de whisky “Jhonnie Walker Black Label” nada más despertarse, aunque en este caso –y sin que sirviera de precedente- rebajado con una generosa cantidad de agua, lo que su hija denominada afectuosamente “Papa cocktail”», determina el historiador y periodista Jesús Hernández en su obra «Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial».
Según cuenta el experto español, todo se debía a un extraño hábito que había adquirido durante sus años como combatiente al servicio de la Corona. «Al parecer, la costumbre la había adquirido durante su estancia en la India y Sudáfrica, en donde era necesario añadir alcohol al agua como método de purificación. Sin embargo, cada noche, antes de dormir, se bebía un cuarto de botella del mismo whisky, aunque en este caso sin cometer el pecado de diluirlo en agua», destaca Hernández en su obra, No era su única bebida predilecta, pues podía dar cuenta sin pestañear de una botella entera de champán durante las comidas y disfrutaba bebiendo coñac hasta quedarse dormido.
Todo ello, cuando se levantaba de la cama, pues no era raro que decidiera pasar la mañana trabajando tumbado (algo que no le cortaba su continua ingesta de alcohol) «Trabajaba casi toda la mañana en la cama. Allí desayunaba, leía telegramas, dictaba memorándums y recibía algunas visitas. Su valet le ayudaba a bañarse y vestirse. A última hora tomaba un copioso almuerzo regado con champán y brandy, y seguía con las reuniones. Después se acostaba una siesta de hora y media. Se levantaba para el té, tomaba un whisky, y seguía con la tarea», destaca, por su parte, Pelaz López en su obra.
¿Censuró informes sobre ovnis por miedo?
El último y más curioso episodio relacionado con el «premier» se descubrió hace menos de cuatro años, cuando el Gobierno Británico desveló varios informes en los que se informaba que Churchill había clasificado una serie de documentos que hacían referencia al avistamiento de Objetos Voladores no Identificados por uno de los aviones de la Fuerza Aérea británica.
Este suceso ocurrió cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, Churchill recibió noticias de que uno de los pilotos de la RAF (Royal Air Force) se había topado con un objeto extraño en el cielo. El «premier» contó este suceso a su homólogo estadounidense, Eisenhower, con quien acordó ocultar el suceso para evitar el pánico de la población. Al menos, así narró el suceso uno de los guardaespaldas del líder británico que, según afirma, escuchó perfectamente la conversación entre ambos.
«El comunicante no da una fecha concreta. Solo habla de “principios de los años 40” y localiza el incidente “cerca o sobre la costa inglesa”. La tripulación del aparato de la RAF no detectó el objeto hasta que estuvo muy cerca de ellos. El ovni, del que solo se dice que era metálico pero no se precisa la forma, voló en paralelo al avión un rato –momento en que uno de los tripulantes sacó fotos- y luego desapareció sin dejar rastro», determina la plataforma «Naukas» (VV.AA.) en su obra «Grandes enigmas de la ciencia: Las curiosidades más sorprendentes de nuestro mundo».
A día de hoy se desconoce si la conversación fue real o no, pero lo cierto es que este hecho pone el broche de oro a una vida llena de heroísmo, anécdotas y curiosidades. La vida de Winston Churchill.
Abraham Puche / EV Houston – ABC / Foto: Archivo