
Marcello Marini es uno de los articulistas de opinión de EV Houston Newspaper.
Dias atrás yo estaba tratando de buscar las noticias del mundo cuando encontré en la Radio y Television española una canción que me regresó a mis años de adolesencia y juventud en mi provincia natal, Mendoza (Argentina).
Por aquellos años y aún hoy se mantiene uno de los eventos de fama mundial que nos enorgullecen muchísimo: la Fiesta de la Vendimia en Argentina, que es cuando se cosechan las uvas y los frutales que hacen de Mendoza una de las provincias famosas por sus vinos. Por aquellos años, y creo que ahora también aunque no vivo allá, teníamos una afluencia increíble de hombres y mujeres de Bolivia, Paraguay y Perú, que venían a trabajar en la cosecha de las uvas y frutales.
Se escuchaban, entre los contratistas de cada bodega y viñedos, historias increíbles sobre las mujeres bolivianas especialmente. Y recuerdo patente aquellos tiempos, cuando las encontrábamos en los mercados de abarrotes o en las carnicerías de la zona a estas trabajadoras con sus típicos vestidos de amplias faldas y sus sombreros de lana de alpaca o de llamas del altiplano.
“Vienen a trabajar”, afirmaba mi abuela, no porque nosotros no quisieramos ese tipo de trabajo, me refiero a los nativos criollos de la zona, sino porque hacían falta muchos brazos para ayudar en estas labores agrícolas. Estas trabajadoras caminaban con esos vestidos coloridos por las rutas campesinas amparadas por la sombras de los altos álamos que cercaban las calles y yo las veía muy a menudo en los servicios de transporte público con sus bebitos colgados atrás en la espalda, envueltos en un colorido poncho. Rostros morenos a los que el sol y el aire de la Puna de Atacama no les había hecho daño. Teníamos mucho respeto hacia ellas, porque las historias de los campesinos decían que muchas de estas mujeres habían tenido sus críos en medio de la labor, entre las viñas espalderas. Mujeres de carácter y hombres que las acompañaban también.
Yo en mi juventud nunca escuché la palabra “ilegal” refiriéndose hacia los inmigrantes que llegaban a Mendoza. También sé queen Buenos Aires hay una colonia grandísima de peruanos, paraguayos y bolivianos. Por aquellos años yo no entendía el problema de la migración e inmigración y por qué venían tantos inmigrantes a mi país, como mis abuelos y millones de familias más. La canción que escuché me tocó al corazón en esa mañana en la que me levanté pensando como sería mi día de trabajo.
Yo aprendí mucho de los problemas sociales y politicos que se producen con la llegada masiva al país (EE.UU.) de inmigrantes de todo el mundo. El trato inhumano de algunos hacia estos grupos y la ignorancia histórica de aquellos que nacieron aquí en las últimas décadas sobre la idea del “americanismo”, palabra de la cual se han apropiado sin derecho alguno. La política de diálogo que no entienden los congresistas de este país, que es ahora mi país.
La intolerancia de los habladores racistasque se refieren a personas de color oscuro como “illegal aliens”. En mi juventud pensaba que esos Alien serán de Marte y que algún día vendrían, pero jamás que llegarían del Norte, Centro y Sur América. Ustedes me dirán qué piensan de esto.
La canción que me tocó el corazón y me hizo recapacitar se llama: “No me llamen extranjero” y la interpretan muchos, pero los que me estremecieron al escucharla fueron Rafael Amor, el autor de la letra y música y el dúo de Alberto Cortez y Facundo Cabral. Me hizo pensar mucho en el futuro que les espera a mis nietos y bisnietos en este pais.
Las radioemisoras hispanas deberían poner esta canción que nos hace meditar sobre la condición humana en lugar de esos versos raperos que no tienen sentido… ¿No les parece?
Marcello Marini / [email protected] / Foto: Cortesía