Una larga columna formada por centenares de refugiados, posiblemente más de 1,000, ha salido andando de Budapest en dirección a la frontera de Austria, situada a más de 200 kilómetros de distancia.
En los últimos días el lema de las protestas era “libertad, libertad”, para demandar que les dejaran embarcar en un tren rumbo a Alemania, y este viernes una multitud de refugiados ha hecho uso de esa palabra echándose a la carretera.
“Iremos andando, no hacemos mal a nadie, no somos criminales. Sólo quiero llegar a algún país en el que pueda terminar mis estudios”, explica Nasir al Omar, que estudiaba Arte y Literatura en la universidad siria de Alepo.
Los jóvenes son mayoría pero hay también familias enteras con niños y bebés, que llevaban días acampados en la estación de trenes Keleti de Budapest en unas condiciones miserables, sólo asistidos por un grupo de voluntarios húngaros.
Algunos mostraban fotografías de la canciller alemana, Angela Merkel, y hacían el signo de la victoria a los boquiabiertos turistas que se encontraban por el centro de Budapest.
Muchos húngaros sacaban fotos de la marcha, los animaban o los saludaban con la mano desde las calles, mientras que los refugiados se daban ánimos a gritos de “yala, yala” (“vamos, vamos”, en árabe) o “Go, go” (en inglés).
“Si tuviera una hija le pondría Merkel”, decía uno de ellos, un kurdo de Siria que no quiso dar su nombre.
Casi al frente de la columna iba un hombre en silla de ruedas que despertó el interés de numerosos fotógrafos. Su nombre es Imad, tiene 54 años y es también, como la gran mayoría, de Siria.
Un grupo de siete jóvenes, ninguno de ellos familiar suyo, se turnan en el camino desde Grecia para llevarlo a Alemania.
“Lo conocimos en Grecia, le dijimos que si quería ir con nosotros a Alemania y desde entonces estamos juntos. Somos ya casi una familia”, relata Firas, un joven de 19 años que dice que tuvo que abandonar sus estudios de derecho en Alepo por la guerra.
Los jóvenes se van turnando a lo largo de la marcha, empujando la silla de ruedas de Imad, al que describen como un hombre de pocas palabras.
Cuando llegan a una acera, son muchas las manos que se ofrecen para ayudar a subir o bajar el escalón. “La vida es ayudarse unos a otros”, afirma Firas. “Ya queda poco, en dos días estaremos en Austria”, agrega, y repite la misma frase en árabe en voz alta, para dar ánimos a sus compañeros.
A lo largo de la marcha, numerosos ciudadanos húngaros entregan botellas de agua y galletas a los refugiados.
“Tomen, para el camino. Buena suerte”, dijo en inglés una mujer a la puerta del supermercado al entregar parte de su compra a un grupo de refugiados.
También se produjo algún incidente con conductores, como cuando un tipo fornido con la cabeza rapada y tatuajes increpó a los refugiados. Después habló desde su coche con un policía, quizá para quejarse por el atasco que estaba creando la marcha.
La Policía húngara ha facilitado la salida de la ciudad de los refugiados, pactando con quienes encabezaban la marcha y cortando el tráfico en los cruces, sin que se produjera el más mínimo incidente.
A medida que la marcha se acercaba a los confines de la ciudad, mayor era la distancia entre la cabeza y la cola de la columna, con algunos obligados a parar a la sombra para recobrar el aliento.
Mientras, alrededor de 1,000 personas siguen acampadas en las inmediaciones de Keleti, esperando que en los próximos días puedan tomar un tren a Alemania.
Más de 160,000 personas han llegado a Hungría en lo que va de año por la denominada ruta de los Balcanes, que tiene en el país centroeuropeo al primer miembro del espacio Schengen.
EFE / Foto: Referencial