
La adicción por autofotografiarse
En Magic Kingdom no se permiten las cenizas de difuntos, los xilófonos, ni las sillas de jardín. Ahora, tampoco permiten los palos para selfies. Disneyland prohibió los llamados “narcisticks” este verano, al igual que el Coliseo Romano, el Palacio de Versalles y la Casa de la Ópera de Sidney. ¿La razón? Cuestiones de seguridad pública, así como de decencia básica.
Pero este año, los palos para selfies también fueron prohibidos en el festival de música de Coachella y Comic-Con, no precisamente conocidos como bastiones del decoro.
Desde la llegada de las cámaras frontales a los teléfonos móviles, los selfies han sido motivo de fastidio y vergüenza, incluso entre quienes los toman (a menudo frunciendo los labios en “cara de pato” si es mujer o levantado una ceja si es hombre). Ahora, sin embargo, parece que se ha trazado una línea firme a la hora de montar un teléfono en un palo para mejorar la perspectiva, en busca de limitar la intrusión de los selfies en la sociedad.
Los psicólogos, economistas, historiadores del arte y futuristas difieren en sus interpretaciones del selfie y de los riesgos que la gente está dispuesta a tomar, tanto sociales como físicos, para hacérselos. Pero sí existe un acuerdo general de que los selfies son una forma de expresión que puede revelar más de su autor que lo que éste desearía, sin importar lo favorecedor que resulte el filtro escogido.
Por Kate Murphy / The New York Times / Foto: Referencial