Anthony Frassino González es un reconocido escritor venezolano
Es frecuente escuchar a los jóvenes decir que leer es, además de fastidioso, de tontos y nerds. En otras palabras, que no es cool. Buscando cambiar esa creencia, quiero compartir con ustedes una anécdota que ilustra lo que los libros me ayudaron en el desenvolvimiento de mi vida.
En tercer grado, mis padres me inscribieron en el colegio Antonio Rosmini. El primer día de clases, al entrar en el salón, me encontré con una niña muy alta; creí que medía más de dos metros. Al ver sus ojos verdes, su cara fina y delgada, enseguida me enamoré. Fue mi primer amor y mi primera experiencia apenas entre al aula: me enamoré de la niña más linda del colegio. Pero pasaba algo: Yo era demasiado feo y, por alguna razón, enfurecía a esa niña —Kelly, se llamaba— cada vez que hablaba.
Durante años estuve tras ella: tercero, cuarto y quinto grado. Me puse más feo porque todo el dinero que me daban para desayunar lo gastaba en Kelly. Chucherías, chocolates —la Samba era su favorita—, y cuando no llevaba dinero, le escribía cartas.
En quinto grado, las cosas cambiaron. Mi primo entró al mismo colegio y se hizo novio de Kelly casi de inmediato. Podrán imaginar mi rabia. Yo, que llevaba años cortejándola, suplantado en unos días por un miembro de mi propia familia. Pasé una semana sin querer salir de mi casa. Mi mamá estaba preocupada porque siempre me veía tirado en la cama sin hacer nada. Ella me decía que hiciera algo, que estando en la cama no lograría nada. Y en esos intentos maternales para ocuparme en otras cosas, me sugería que leyera, que estaba segura de que me iba a gustar y ayudar. Y mi respuesta siempre era: “Mamá, eso es para ñoños, a mí me gustan otras cosas, nada de libros”.
Un día, mi madre me hizo una propuesta: Si me leía el libro “Padre Rico, Padre Pobre” me pagaría cincuenta mil bolívares, un billete equivalente, en ese momento, a cincuenta dólares. ¿Cómo me iba a negar a recibir todo ese dinero —que necesitaba para gastármelo en Kelly— solo por leer?
Así que lo hice. Lo comencé obligado y lo terminé fascinado.
De esa lectura aprendí dos cosas: la primera fue que debía gastar mi dinero de una manera más inteligente —no gastarlo en la novia de mi primo sería un buen comienzo—, y la segunda fueron las maravillas que existen en los libros. Te hacen vivir cosas que aún no conoces, o que para hacerlo deberías esperar mucho tiempo. Ese dinero que me dio mi madre lo utilicé inteligentemente, como lo había aprendido de “Padre Rico, Padre Pobre”, y lo gasté en los primeros libros de mi colección: los primeros números de Harry Potter.
Cuando comencé a leer las primeras páginas de la Piedra Filosofal, inmediatamente me identifiqué con Ron: era feo, bobo y todo lo que decía hacía enfurecer a Hermione. Leyendo supe lo que pasaba cada vez que hablaba con Kelly; por qué ella siempre se iba furiosa, o por qué no pude conquistarla. Era la misma historia entre Ron y Hermione.
Muy pronto terminé de leer los primeros cuatros libros de la saga del famoso mago. Fue un cambio radical. Las lecturas me hicieron más interesante, más cool y hasta más guapo —digo “guapo” porque antes de salir de quinto grado pude conquistar a una de bachillerato—. Ella era tres años mayor, un logro impensable a mi edad, ella de camisa azul y yo de camisa blanca, caminábamos por el colegio agarrados de la mano. ¡Para mis amigos yo era una especie de Justin Bieber de primaria y aún no llegaba al sexto grado! Me convertí en una superestrella, y todo gracias a mis lecturas.
Pasó el tiempo y llegó el día de la despedida. Cuando mi novia iba a salir a la universidad y yo apenas en segundo año de bachillerato, me prometió que no me dejaría, a pesar del cambio. Pero mintió: la competencia entre universitarios y adolescentes es demasiado desigual, así que me dejó, y caí de nuevo en la desdicha del desamor, aunque con un punto diferente. Por aquel entonces ya había terminado el séptimo libro de Harry Potter y su final feliz con Hermione. En otras palabras, Ron tardó siete libros en poder conquistarla, lo que tardé yo en entender que a las mujeres les gustan los hombres interesantes, inteligentes y cool, así que lo puse en práctica, pero esta vez para conquistar a la mujer más bella de Maracaibo. Ella es mi novia hoy, y tras catorce años de noviazgo, me atreví a proponerle matrimonio. Me dijo que sí.
Pero los libros no solo me ayudaron en el amor. Gracias a ellos, tras graduarme de bachiller fundé mi propia empresa, que ya está próxima a cumplir trece años. Es por eso que para mí, contrario a la creencia de algunos, los libros nos hacen más interesantes, más inteligentes y más “cool”.
Pongo como ejemplo a Nacho, del dúo “Chino y Nacho”. No es el más guapo, pero todas se derriten por él. Por lo que cuentan, lo que les llama la atención es su actitud, lo que dice, escribe, hace, y todo esto lo sacó, como él mismo lo dice en sus redes sociales, leyendo. Nacho lee mucho, y de tanto leer se convirtió en un gran escritor, porque para sobresalir en cualquier cosa que uno quiera, debemos leer. Para tener en cualquier ámbito éxito, la mejor herramienta es la lectura.
Años después de salir de bachillerato, en una visita que hice a mi primo en su casa, encontré los libros de Harry Potter. Sorprendido, le pregunté qué si le gustaba leer y desde cuándo tenía esos libros. Él me contestó que leía mucho, incluso antes de entrar a estudiar con Kelly en el Rosmini.
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Anthony Frassino González / Escritor venezolano / Foto: Cortesía