Sin atropellos y con la calma de un letrado reposado —ceñido al supuesto conocimiento sabido por releídos libros y como si tuviese de escudo reflexivo una amplia y forrada pared de títulos—, nuestro Presidente nos dijo por televisión, su nueva hipótesis gramatical: “El término Adolescente debe ser cambiado por Construyente, pues el otro proviene de Adolecer”.
Pude destornillarme de risa cuando nos aseveró que las libras no eran ni monedas, ni signo zodiacal ni medida de peso, sino las simpares esposas de los libros. O que nos indujera a untar los penes con mantequilla o convirtiera a una isla en un estado por puro confuso antojo. Pero hacer arte explicativo de la semántica de la palabra “adolescente”, con la venia de sus ministros, en horas memorables para el desconcierto, entendí el motivo de la crítica constante a la cultura de masas de los medios, aunque nunca pensé años atrás, observar este tipo de desaciertos en una transmisión presidencial.
El mandatario nacional nos instó, con la soltura de los seguros en manejar conceptos irreprochables, a borrar el término de los diccionarios, como un letrado de las ocurrencias descabelladas y que, probablemente, debe tener a los miembros de la Real Academia Española (RAE) sosteniendo de ira sus cabellos o en el preludio de un infarto lingüístico.
El hecho se convirtió en una treta llamativa a revisar de nuevo los diccionarios. Constatar si existía un atisbo de posibilidad que la palabra “Adolescente” pudiese provenir en el más recóndito de los casos, de “Adolecer” (padecer o sufrir, no carecer), como atribuía con seguridad el gobernante de Venezuela.
Teniendo en cuenta que “Adolescente” deriva del verbo latino adolescere, que significa crecer o desarrollarse y su definición es: “Edad que se sucede a la niñez y que transcurre desde la pubertad, hasta el completo desarrollo del organismo”, queda descartada la premisa semántica y etimológica proveniente de Miraflores.
Lo incuestionable es que en nuestro país llegar a la adolescencia se convierte actualmente en una hazaña. Resulta doloroso ver a tantos niños escrudiñando en la basura y llevarse porciones asquerosas a la boca para no desfallecer. También constituye una dolencia emocional, modificar la canción de Alí Primera, cantando: “¡Qué triste se oye este país, en las incubadoras de cartón!”.
Ya es suficiente la salva de pretextos para no encaminar a un país con todas las virtudes para el éxito. Si utilizamos la visión conceptual del Presidente, podemos afirmar que sí, tenemos un gobernante adolescente, pues adolece de la falta de humanismo, capacidad y sentido patriótico para salvar a una nación del precipicio económico y carece de la madurez de su apellido para darse cuenta de ello.
Esa alocución proviene de la locura gubernamental; pero por más que martiricen la gramática, provoquen desconsuelos con bravuconerías, lancen improperios, compren veredictos internacionales o siembren escaramuzas en las instituciones, la paz retornará a este país privilegiado de hombres y mujeres talentosos, cuya decisión está tomada desde las alturas de la fe.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
Director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
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José Zambrano / Director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo / Foto: Cortesía