El centro de seguridad Hanawon es paso obligatorio para los miles de refugiados norcoreanos que llegan cada año a Corea del Sur. Allí se borra la huella de la propaganda del régimen comunista y se les prepara para su nuevo reto: sobrevivir al capitalismo en una de las sociedades más competitivas del mundo.
«Todo lo que aprendía en Hanawon era desconocido y nuevo, pero ahora siento que he descubierto cómo vivir la vida real y no la que nos imponen en Corea del Norte», explica a Efe una disidente de 22 años apellidada Lee, que salió de la institución a finales del año pasado.
La dictadura de los Kim en Corea del Norte utiliza la propaganda constante y el aislamiento del exterior como principales armas para controlar a sus ciudadanos, por lo que aquellos que llegan al Sur necesitan pasar por un proceso de reeducación para adaptarse a la nueva sociedad.
Rodeado de montañas y con el aspecto de un instituto de secundaria, Hanawon, cuya sede principal se ubica a unos cien kilómetros de Seúl, fue fundado en 1999 y tras multiplicarse el número de refugiados abrió un nuevo centro en 2012.
Después de pasar el filtro de los servicios de inteligencia para detectar a posibles espías, los recién llegados del Norte son internados durante tres meses en este complejo, donde además de lecciones para desmontar la propaganda del régimen reciben servicios educativos, médicos e incluso religiosos para quienes profesan algún credo.
De los 347 internos que en este momento albergan las dos sedes de Hanawon 276 son mujeres y 71 son hombres, un desequilibrio que responde a varios factores, como el hecho de que ellos realizan un servicio militar de hasta 13 años de duración durante el cual es prácticamente imposible escapar.
Además, en Corea del Norte viajar entre ciudades requiere autorizaciones especiales del Gobierno, más fáciles de conseguir para las mujeres, lo que les permite acceder a zonas cercanas a la primera puerta hacia la deserción: la frontera con China.
Tras cruzar esta línea marcada por los ríos Yalu y Tumen los refugiados suelen permanecer un largo tiempo en China, esperando su oportunidad para alcanzar un tercer país donde pedir asilo en Corea del Sur.
«Yo pasé siete años hasta llegar a Tailandia, donde pedí asilo en la embajada surcoreana», relata Mimi Park, de 24 años, que califica su reciente estancia en Hanawon como “larga y aburrida”, porque ya había aprendido por su cuenta en China las habilidades sociales necesarias para sobrevivir en el Sur.
La vida en territorio chino es más fácil para las mujeres norcoreanas que para los hombres, ya que hay una considerable demanda de “sin papeles” para ejercer de camareras, limpiadoras y otros puestos relacionados con los servicios.
Sin embargo, el miedo a ser apresados y repatriados por las autoridades y los abusos cometidos por las mafias -como violaciones o trabajos forzados- convierten el paso por China en un infierno para estos fugitivos, que frecuentemente presentan estrés postraumático y otros trastornos a su llegada a Corea del Sur.
Así, un equipo de psicólogos ofrece terapia en el centro sanitario de Hanawon, donde quienes sufrieron abusos sexuales en su huida son tratadas también por ginecólogos, mientras dentistas recomponen las dañadas bocas de unos pacientes que han pasado meses o años en la clandestinidad con la sola preocupación de salvar su vida.
Aunque hay numerosas excepciones, el refugiado medio que llega a territorio surcoreano huyó del Norte por hambre, tiene menos de 30 años y un nivel académico y profesional bajo.
Enfocados a los oficios para el caso de los hombres y a los servicios para las mujeres, los cursos de formación profesional de Hanawon buscan facilitar la integración de los refugiados en el fuertemente competitivo mercado laboral de Corea del Sur, un país donde reina el capitalismo más feroz.
Tras salir de la institución, el Gobierno surcoreano les ayuda a encontrar vivienda y les aporta de forma gradual unos 7.000 dólares para su reasentamiento.
Aún así, muchos refugiados quedan relegados a los puestos más bajos del mercado laboral y sufren la discriminación de una sociedad altamente materialista que en apenas cinco décadas pasó de la pobreza a la opulencia y en parte reniega de sus famélicos hermanos de sangre del Norte.
En las últimas décadas unos 26.000 norcoreanos han desertado al Sur. De ellos, 1.516 lo hicieron en 2013, una cifra similar a la del año anterior, aunque lejos de los casi 3.000 registrados en 2009, el año de mayor afluencia.
EFE / Foto: Archivo