La reacción tardía y ambigua del presidente Donald Trump ante los pasados hechos de violencia en Charlottesville (Virginia), asegurando que “ambos bandos” fueron culpables, además de haber afirmado que “también hay gente buena entre los supremacistas blancos”, ha sido vista como un espaldarazo del Mandatario a grupos de extrema derecha como ningún otro mandatario de EE.UU. lo había hecho en varias generaciones.
En efecto, los expresidentes republicanos George Bush y George W. Bush expresaron: “América debe rechazar siempre el fanatismo racial, el antisemitismo y toda forma de odio”.
Vale recordar que, precisamente, uno de los mayores logros históricos del Partido Republicano es la disolución del Ku-Klux-Klan, a cargo de su antecesor Ulysses Grant (1869-77), pero dicho grupo ha recobrado notoriedad gracias a las palabras de Trump.
No es de extrañar que el Presidente fue ampliamente elogiado por los grupos de ultraderecha, como David Duke, antiguo líder del Ku Klux Klan, quien tuiteó: “Gracias presidente Trump por su honestidad y coraje al decir la verdad”.
Teorías sobre la mesa
Pero, ¿por qué a Trump le ha costado condenar a los supremacistas? Muchos analistas señalan que se debe a que ellos constituyen su base de apoyo electoral más fuerte.
Otra visión expresó Greg Sargent, analista del Washington Post, quien cree que Trump no cederá ante grupos de “izquierda” o “liberales” que contradicen sus políticas nacionalistas y proteccionistas, aunque esto implicara dar un apoyo tácito a la ultraderecha.
Lo cierto es que la postura “flexible” de Trump ante los supremacistas le está costando muy caro, desde el punto de vista político. El fracaso del Obamacare fue la primera advertencia. La desbancada del Consejo Industrial fue el segundo llamado de atención. Analistas creen que sus propuestas de reducción de impuestos y el plan de infraestructura pudieran fracasar.
EV HOUSTON / Foto: Referencial