
Cortesía Franco Soldi
Una de las cosas que más disfruto en la vida es ser papá. Tengo tres hijos. Mi hija mayor que acaba de cumplir trece años y ha entrado por la puerta grande a la adolescencia, mi hijo de en medio al que le llamo el “jamón del sándwich” de nueve años y mi pequeña princesa de dos años y medio. Así que puedo decir que ejerzo de padre en tres categorías distintas.
Me encanta ser papá. De hecho, todo lo que hago a nivel profesional está enfocado en encontrar distintas formulas para que yo pueda pasar más tiempo con mis hijos. Pero no del tiempo en el que pasamos hablando de cómo te fue en colegio, pidiendo que hagan la cama, limpien la mesa o regañándoles para que no se peleen. Y si que regaño, mis hijos lo llaman “sacar el Hulk”. Me refiero a tiempo de calidad, tiempo divertido, tiempo de “generar memorias”.
Hace 3 años, haciendo la compra en Target, mi hijo que en ese entonces tenía 6 años, me pidió dinero para comprar tarjetas de Pokemon. Le dije que no. “Si las quieres de verdad págalas con tu dinero”. Para mi sorpresa así lo hizo. En la siguiente visita a la tienda volvió por más tarjetas. A cinco dólares por paquete me parecía un robo. Intenté por todas las maneras de persuadirle que no “tirara su dinero” y que ahorrara para el futuro. Fue en vano.
Me di cuenta que sin importar lo que yo dijera, él seguiría comprando tarjetas de Pokemon así que decidí cambiar de estrategia. Me puse investigar sobre el producto. Para mi sorpresa me di cuenta que hay toda una “cultura pop” alrededor de este juego que data de principios de los noventas. Se coleccionan en todo el mundo, hay ligas y torneos y que el mercado de tarjetas es enorme. Me metí a fondo al mundo Pokemon y aprendí todo lo que pude sobre el tema. Después me senté con mi hijo.
“Si vas a gastar tu dinero en tarjetas de Pokemon, vamos a hacerlo bien”. Se quedó mirándome. Le conté el plan. Empezaríamos una colección y ambos invertiríamos en partes iguales. Lo haríamos con un presupuesto mensual pero a cambio el tendría que; ganarse su dinero y prepararse a fondo para “defender los intereses de nuestro proyecto” en eventos de intercambio y trade. Las “ganancias” se reinvertirían en el proyecto y así haríamos crecer la colección. Todo esto con un objetivo claro. “
Tu colección tiene que valer lo suficiente para que en 9 años puedas venderla y comprarte tu primer coche para cuando vayas a la universidad” le dije. Sus ojos empezaron a brillar, me dio un abrazo y nos pusimos manos a la obra.
Tuve que cumplir mi parte del trato. Yo tenía que “controlar” las búsquedas online, realizar las compras y transacciones en Ebay, Amazón y otros y el se encargaría de las negociaciones, clasificación y estrategia. Al comienzo, entre la timidez y falta de experiencia le costó pero poco a poco fue ganando confianza.
Después de 3 años y tenemos una colección de cerca de 3,000 tarjetas, todas clasificadas. Hemos comprado, cambiado y vendido tarjetas de Japón, Corea, EE.UU., España, México, Francia, Alemania entre otras.
Su colección actualmente está valorada en unos $2,500 . Mi hijo ha aprendido a negociar, a valorar, a investigar, a vender. Ha aprendido el concepto del mercado de valores y como el valor de las cosas puede variar a lo largo del tiempo. El aprendizaje a valido mucho la pena pero, les confieso algo, tengo memorias imborrables del tiempo que he pasado con mi hijo construyendo esta colección. Y él las tiene también.
Tiempo de calidad. Ese tiempo de amor y de emociones es el apalancamiento que un padre necesita tener con su hijo cuando es tiempo de educar. Esas memorias es sembrarán el cariño y la confianza para que un hijo pueda escuchar a un padre cuando este le corrija o le niegue algo por su propio bien. Sin ese apalancamiento, ser padre se vuelve una tarea muy difícil.
¿La fórmula? Hay que compartir el tiempo de calidad desde la perspectiva del hijo, no del padre. Hay que bajar a su nivel y entregarse, disfrutar de verdad, ser niños con ellos y pasarlo en grande.
Si aplicas la formula no sólo crearás momentos especiales para ellos, lo serán para ti también. Por supuesto Pokemon Go estuvo siempre prohibido y fuera del trato ya que contradice el objetivo principal de todo esto.
Pokemon Go es otra aplicación más que busca conectar a nuestros hijos a una pantalla y desconectarlos del mundo que es la triste escena que veo cada vez que entro a un restaurante y veo a los niños “enchufados a una pantalla” pero eso ya es tema de otro artículo.
Franco Soldi
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