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Jorge L. Leon.- Si este golpe a la democracia se consolida, nuestra América entrará en un vacío de legalidad donde la dignidad será pisoteada y lo más indigno y ruin se convertirá en norma. La justicia, entonces, quedará subordinada a los intereses de quienes, sin escrúpulos, buscan someter a los pueblos y atropellar sus derechos fundamentales. Este precedente traerá consigo la legitimación de lo abyecto y una peligrosa indiferencia hacia el sufrimiento ciudadano, amenazando con convertir la pasividad en cómplice de ignominias mayores.
Países como Cuba, Nicaragua, Colombia y quizá Brasil podrían verse tentados a replicar esta aberración, alentados por dirigencias de escasa moral y ambiciones desmedidas. Este clima de tolerancia hacia lo intolerable se convierte en una amenaza latente para el tejido institucional y la soberanía de las naciones de nuestra región, debilitando los pilares de justicia y democracia que sostienen nuestras sociedades.
La sangre que corre en Venezuela clama por justicia. No se puede permitir que un régimen sádico, liderado por Maduro y Cabello, continúe desangrando a un pueblo que ha sufrido demasiado. Es el momento de actuar con determinación y, si es necesario, imponer una fuerza superior para frenar esta barbarie y restaurar el orden. Cualquier dilación equivale a convertirse en cómplice del sufrimiento de millones de seres humanos atrapados en el horror cotidiano que este régimen perpetúa.
Ya no hay posibilidad de diálogo, ninguna. Cada minuto que pasa consolida el poder usurpado y profundiza el sufrimiento. Es la hora de las acciones concretas, la hora de arrancar de raíz este mal, por cualquier vía necesaria, para devolver a los pueblos la libertad y la dignidad que se les roba.
En este contexto, la actitud de Cuba no es casual. La conducta miserable de su llamado “presidente”, Miguel Díaz-Canel, revela su papel como verdugo de su propio pueblo y cómplice ferviente del despotismo. Su rápida muestra de apoyo a su colega en crímenes no es más que una prueba adicional de su desprecio por la dignidad humana y su solidaridad con quienes perpetúan la opresión. Cuba no es un espectador; es un actor deliberado en esta trama, un aliado estratégico en el sostenimiento del autoritarismo en la región.
América debe cerrar filas con urgencia. Es la hora de la unidad y la firmeza, de levantar una sola voz para decir “¡No!” a esta vil maniobra de perpetuación en el poder, ejecutada a espaldas de los ciudadanos. La democracia no puede ser una etiqueta vacía; debe ser defendida con acción, valentía y determinación. No hay tiempo para la apatía ni espacio para la indiferencia. ¡La hora ha llegado!
El golpe a la democracia en Venezuela y la posibilidad de su imitación en otros países subrayan la necesidad urgente de fortalecer los mecanismos de integración regional, no como herramientas para promover ideologías, sino como escudos que protejan valores universales como la libertad, la justicia y los derechos humanos. América Latina tiene la oportunidad histórica de demostrar que la democracia no es negociable, y que cualquier intento de subvertirla encontrará una resistencia inquebrantable, capaz de trascender fronteras y de erigirse como una barrera infranqueable contra el autoritarismo.