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Comencemos por lo primero. El infarto cardíaco sucede cuando cesa el flujo de sangre al músculo del corazón, esto es usualmente consecuencia de un coágulo formado dentro de las arterias coronarias, las cuales están encargadas de nutrir dicho músculo. La piedra angular del tratamiento para infarto cardíaco durante la década de los 1950 era reposo y ablandadores de heces para evitar hacer esfuerzo pujando. Parece broma, pero no lo es.
Más adelante entraron los agentes trombolíticos, fármacos diseñados para “romper” el coágulo, a costa de aumentar el riesgo de sangrado. Esta fue la única opción terapéutica disponible por muchos años. La tecnología avanzó y la angioplastia fue desarrollada. Ahora podemos introducir un pequeño globo en la arteria, cruzar la obstrucción e inflarlo para abrir el vaso. El problema es que la arteria puede volver a cerrarse en cualquier momento. Para solucionar esto, el siguiente paso fue el invento de una “malla” metálica cilíndrica (“stent”). Se implanta en la arteria, elimina la obstrucción y mantiene el vaso abierto por los siglos de los siglos. Fin.
Pero la vida no es tan simple.
El uso de stents explotó. Estos instrumentos comenzaron a ser utilizados en millones de pacientes, en situaciones cada vez más variadas. El conocimiento acerca del efecto de los stents fue creciendo, pero lentamente. Nos tomó tiempo entender qué pacientes se benefician de los stents y cuáles no.
Recientemente, un par de estudios bien diseñados (llamados ORBITA e ISCHEMIA, por si desean Googlearlos) demostraron que los stents probablemente son inútiles en pacientes con enfermedad coronaria estable y pocos síntomas. Las conclusiones de estos estudios fueron extendidas para implicar que los stents no sirven para nada y que solo hacen daño.
Estos hallazgos son algo que los cardiólogos ya teníamos más claro que el agua. No obstante, los stents siguen siendo útiles para casos de infarto agudo y para pacientes con síntomas significativos, como dolor de pecho y dificultad para respirar, especialmente si no mejoran con medicamentos.
Ahondando en el asunto, la técnica utilizada para implantar stents es sumamente importante para asegurar éxito a largo plazo. Aunque deberían, no todos los operadores utilizan tecnología de punta, como ultrasonido endovascular, para determinar el tamaño y zona de implante ideal del stent. De hecho, el uso de esta tecnología en los EE. UU. está por debajo del 10% de los casos. Esto puede estar relacionado con tiempo adicional necesario en el procedimiento, costo para el hospital o falta de experiencia.
Concluyendo. Demasiado de algo bueno es malo. Es cierto que muchos stents han sido implantados innecesariamente, y probablemente de manera inadecuada, a lo largo de los años. Sin embargo, estos pequeños aparatos siguen siendo herramientas extremadamente útiles para tratar infartos cardíacos y prevenir muertes prematuras.
Los stents son una maravilla de la medicina moderna, siempre y cuando se utilicen con juicio.
Si su doctor presenta la posibilidad de implantar un stent en su corazón, es altamente probable que la recomendación venga de un lugar de verdadero interés por su salud. Si todavía le quedan dudas al respecto, ningún médico debería ofenderse si el paciente busca una segunda opinión.
Alexander Postalian, MD
Cardiólogo Intervencionista
Texas Heart Institute
Houston, TX