(EFE). – Norma despacha con rapidez la solicitud de una entrevista. Quiere volver a encerrarse en su habitación y sentir el frío del aire acondicionado durante las ocho horas con electricidad que recibe a diario en Maracaibo, la ciudad venezolana más rica y poblada después de Caracas.
Sin embargo, es consciente de su suerte.
“En este sector afortunadamente tenemos agua cada cinco días, somos afortunados (…) otros sectores tienen un mes (sin agua)”, dijo a Efe la septuagenaria que en marzo sumó más de 300 horas sin electricidad y ha tirado a la basura varios alimentos que se descompusieron mientras su casa estaba a oscuras.
Norma es, en efecto, una suertuda si se compara con la mayoría de los 5 millones de habitantes que tiene Maracaibo y lo es más frente a Alberto López, un obrero de 50 años que declaró a Efe mientras se daba un baño en un barranco, pues las tuberías de su casa, dijo, están secas desde hace más tiempo del que pueda recordar.
El apagón “me ha quemado el frizer (congelador), me ha quemado la nevera, todo, yo no tengo nada ahorita, no tengo nada, estoy arruinado”, denunció con la misma vehemencia con que resaltaba el hecho de vivir frente a la sede de la estatal eléctrica y aún así solo puede mantener encendidas las bombillas dos horas diarias.
También agobiada y en la penumbra, la oficinista Chindi Núñez esperaba junto a uno de sus hijos conseguir algún medio de transporte que la devuelva a su casa de noche, cuando la oscuridad es total y la anarquía en las vías es mayor.